“Ni los más viejos del lugar recuerdan estos niveles de socialización”, asegura el portavoz de la asociación Noche Madrid, mientras que una empresaria del sector detalla las transformaciones en el consumo y los gustos musicales ante “un cambio generacional”.
Parecería que la expresión “ocio nocturno” nació y murió con la pandemia, pero lo cierto es que las personas detrás de este mundo no han desaparecido de la noche a la mañana. Convertidos en víctimas indefensas o héroes sin capa durante el confinamiento, y en villanos desalmados con símbolos del dólar en los ojos durante los meses posteriores, algunos reconocen abiertamente cuánto les alegra que las entrevistas ya no sean un compendio de preguntas sobre el covid-19, incluso si a cambio se les inquiere sobre unos precios disparados. Porque la crisis sanitaria marcó un punto de inflexión, sí, pero ya pueden mirar hacia otros horizontes. Un panorama que a muchos de ellos no se les presenta nada mal, después de un complicado proceso de readaptación de su modelo a nuevos hábitos y nuevos públicos.
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Belén Chanes Gálvez es responsable del club nocturno y marca promotora de conciertos Ochoymedio, junto a Luis García Moráis (ambos integrantes del grupo indie L-Kan) y David Pardo Montero. Empezaron su andadura con el cambio de milenio en la Sala Flamingo, hasta que en 2011 se vieron obligados a dejar la que ya tomaban por su casa. Se mudaron a la antigua Sala But (en el Teatro Barceló de Tribunal), conocida ahora como La Paqui. “Hay cierta confusión entre sala y club”, aclara antes de nada en diálogo con Somso Madrid. “Somos promotores de la sesión Ochoymedio, del club, y de conciertos que se hacen bajo esa misma marca principalmente en la sala de la Paqui, pero también en otros sitios: Cool, WiZink, La Riviera…”.
La mudanza entre Flamingo y Paqui, dice, marca el paso de la primera a su segunda etapa. La pandemia, la llegada de la tercera. Tres periodos en los que han tenido distintos tipos de aspiraciones y ambiciones que han ido reajustando, a la par que se producía una evolución musical igualmente imparable: “Tenemos claro que somos un club de pop, que atiende especialmente a lo alternativo aunque sin despreciar lo mainstream, pero también debemos adaptarnos a las tendencias porque al final eso nos indican que también hay transformaciones en el público”.
Una tarea que parecen estar llevando a cabo con buen tino, al menos en lo que crecimiento comercial se refiere, a juzgar por su ascendente popularidad entre los jóvenes madrileños. “No podemos seguir pinchando lo mismo que hace 20 años porque ese público ya no está, va a conciertos, pero quizá no tanto por la noche como a los tardeos”, apunta Belén, en una muestra más de esa capacidad para detectar corrientes o incluso adelantarse a ellas.
De la hecatombe a la catarsis en tres años
En la misma línea se manifiesta para este medio Vicente Pizcueta, portavoz de Noche Madrid, organización que aglutina empresas dedicadas al ocio nocturno: “Muchas transformaciones de la forma en la que conocíamos estos locales antes del covid, que estaban empezando ya, se aceleraron con la pandemia y ahora se han convertido en hábitos de consumo o en modas”. Insiste en el auge del tardeo aunque desde su punto de vista, más que servir de cobijo a personas que salían asiduamente de noche hasta la crisis sanitaria, este concepto ha recuperado un público más envejecido que ya no acudía a este tipo de establecimientos.
A Pizcueta todavía se le pone “mal cuerpo” cuando recuerda un 2020 en el que perdieron “el 85% de facturación”, con previsiones en las que estimaban la desaparición de un 40% del sector. Ahora el panorama es radicalmente distinto: la facturación de 2022 fue un 11% superior a la del 2019, pese a un auge de precios que en este ámbito se ha dejado notar sensiblemente. Habla incluso de unos “nuevos locos años veinte” en la capital, como ya pasara en muchos países del mundo después de la pandemia de gripe de 1918. El portavoz de la entidad ejemplifica este buen momento con aperturas como las de Giselle Dinner Club, en Recoletos, o la discoteca Teatro Magno, en la céntrica calle de Cedaceros (cerca del Círculo de Bellas Artes).
Para Pizcueta el otro gran cambio de paradigma en estos tres últimos años ha sido la venta digital: “Con las restricciones había que competir por quién podía entrar, así que este método se disparó”. Según datos de Noche Madrid a diciembre de 2022, en la ciudad el 56% de las entradas de las discotecas se compran anticipadas vía online. Antes del confinamiento esta cifra rondaba el 9%. Conceptos como la distancia de seguridad impulsaron igualmente la idea de exclusividad que representan las mesas reservadas en discotecas o clubs, con un consumo mucho más elevado (en ellas los clientes piden más por botellas que por copas). “Ahora hay locales que dedican a estas mesas un 15% de su aforo, cuando antes era un fenómeno más minoritario”, dice el portavoz.
Otro efecto colateral ha sido el retroceso del botellón, con una imagen menoscabada a raíz de numerosos incidentes en los primeros meses del posconfinamiento. “Aquello fue la ley de la selva y mucha gente le ha cogido miedo. Hay padres que prefieren que sus hijos se tomen la primera copa en casa, antes de ir a un local, en vez de que se tiren toda la noche bebiendo en la calle. Los pisos de estudiante también se han convertido en lanzaderas para ir después a la zona de marcha. Cuando acaba esa previa, la mayoría de jóvenes opta por una oferta reglada de calidad”.
Pero, más allá de cambios pragmáticos, Pizcueta detecta un nuevo paradigma mental: “Se le van a seguir dando vueltas al impacto que todo lo que ha pasado estos tres últimos años ha tenido sobre nuestro estado de ánimo. Antes nuestro sector estaba siempre bajo sospecha, ahora la gente se ha dado cuenta de que si faltamos nos echan de menos. Hay unas ganas de vivir enormes, tanto que hemos tenido que hacer una campaña de concienciación con Madrid Salud porque con este rebote psicológico ha crecido el número de personas que se bebe hasta el agua de los floreros. Ni los más viejos del lugar recuerdan estos niveles de socialización”, concluye.
Nuevos públicos, nueva música
“Hay momentos más estables como club y otros [como este] en los que notas que se está produciendo un cambio generacional”, opina por su parte Belén. Recuerda los inicios de Ochoymedio, a la par que los primeros pasos de la escena indie española: “Era una cosa muy cerrada. De hecho en los primeros compases solo programábamos lo que más nos gustaba. Pasaron unos años hasta que llegó el indie español más generalista, con grupos como Lori Meyers, Love of Lesbian o Dorian”.
“Ahora todo eso sigue sonando, pero se combina con música más latina y urbana, con otros ritmos. Hemos ampliado la línea de lo que cabe dentro del pop y también somos más conscientes de nuestra condición de empresa y de que eso implica buscar lo que puede funcionar”, comenta Belén. Reconoce que es muy difícil definir o acotar lo que es el indie, pero en cualquier caso siguen apostando por él “con grupos más nuevos y muy frescos como Cariño, Carolina Durante, Ginebras y otros de menor repercusión que nos gusta que suenen en nuestra primera hora”.
A esta evolución resisten los clásicos, claro. Pero también hay temas o estilos que solo adquieren esta condición con el paso del tiempo, y que más tarde quizá la pierdan de nuevo. “Ahora se pincha Estopa y es un éxito, pero hace seis o siete años el público que venía a Ochoymedio quizá nos habría dicho de todo por ponerlos. Al fina pueden significar ser en estos momentos lo que para nosotros, cuando abrió el club, podía ser Bote de colón de Alaska y Los Pegamoides, es decir, lo que la gente más joven viene de escuchar en su casa cuando eran niños o adolescentes”.
Belén señala que “ha aumentado exponencialmente el número de canciones en castellano que suenan en Ochoymedio respecto a otras épocas”. Quizá tenga que ver la búsqueda constante de esa nostalgia, también cuando salimos a pasárnoslo bien, con temas que la activan no solo a través de la música sino de letras con las que nos identificamos inmediatamente: “Ponemos muchísimas cosas actuales o que acaban de salir, pero en cada generación hay algunas teclas que sabes que van a funcionar, o al menos las tocas para ver si lo hacen”. Destaca la cantidad de covers, revivals o colaboraciones que están llevando a cabo bandas incipientes con grupos como La Oreja de Van Gogh, Amaral o los mismos Estopa.
Pero la variedad no es solo una cuestión sonora. Belén presume de que Ochoymedio se ha convertido en un punto de encuentro entre perfiles muy “variopintos”. Un crisol “de orientaciones sexuales, de edades o de tribus urbanas, te puedes topar desde el típico moderno de Malasaña a un pijo, pasando por gente muy de barrio”, aunque “depende en gran medida de la programación de cada día”. De hecho, es justamente esa “diversidad” lo que buscan a la hora de confeccionar una oferta cultural para todo tipo de paladares.
Como sus socios Luis y David, Belén lleva toda la vida ligada a la escena musical. Los tres saben de primera mano lo que es estar sobre un escenario, y de hecho hace unos años ni se imaginaban que acabarían dedicándose a gestionar lo que pasa detrás de ellos: “Cuando nos dijeron si queríamos probar a organizar sesiones ni siquiera sabíamos muy bien lo que teníamos que hacer, pero dijimos que sí. Obviamente esto ha crecido y se ha convertido en una empresa, pero no partíamos de ahí. Supongo que si comparamos nuestra experiencia y nuestra forma de enfocar lo que hacemos con la de alguien que ha estudiado Empresariales habrá cosas malas y cosas buenas. Eso sí, intentaría tratar lo mejor posible a los grupos aunque yo misma no estuviese en uno”.
Belén no llega el carácter transaccional de lo que hace. Dice abiertamente que “lo que tratamos es de que todo el mundo gane dinero”. No obstante, a veces intenta que la visión artística tenga su propio espacio: “En ocasiones perdemos pasta porque queremos hacer algo que pensamos que es bueno para Ochoymedio o nos acerca a la idea de lo que debería ser”.
Menciona el caso de Tres a las Tres, una iniciativa que llevan a cabo una vez al mes en la que un grupo o artista sorpresa aparece en el escenario a las 03.00, toca tres canciones y se marcha. Durante la semana, dan pistas a sus seguidores en redes sobre la posible identidad. “Suelen ser grandes bandas, así que traerlas para tres canciones normalmente no nos sale muy rentable, pero creemos que aporta”. Así acaba una conversación con esta gestora en la que las referencias al covid-19 son solo puntuales. Porque quizá en ese repunte del sector no solo hay factores legislativos, sociológicos o psicológicos, y la visión artística todavía puede influir en el rumbo que toman nuestras noches.
Noticia publicada en: www.eldiario.es